lunes, 2 de junio de 2008
Bajo los adoquines tan solo hay estiércol
Mayo del 68: Bajo los adoquines tan sólo hay estiércol El siguiente panfleto (introducido en bolsas de estiércol) fue repartido el pasado 29 de mayo en la proyección de dos películas de Guy Debord en el Museo Reina Sofía.
Colectivo La Felguera
Este es el tiempo en que los revolucionarios se encuentran en todos los lugares y, al mismo tiempo, en ninguno. La cultura de la contracultura, exaltada en conmemoraciones culturales como la de Mayo del 68, se expresa por medio de un estilo de vida alternativo que busca complacer un cierto deseo de vida satisfecha, aún cuando la violencia y la dominación ocupen ya todas y cada una de las parcelas en que la vida cotidiana se expresa.
Lo cool, el buenrollismo y lo post han logrado semejante alquimia: Debord es “guay” y los anarquistas, cómo no, “super radicales”. Se importan ideas con sabor a podrido (Reclaim the streets, antiglobalización…), porque siempre es mejor apuntarse a lo que ya no asusta ni a las viejas. Este es el triunfo de una sociedad que, para su supervivencia (es decir, su anhelo de caminar junto a la Historia), necesita de la disidencia y la rebeldía, a los artistas modernos. Sin ellos, bajo el ruido de sables, se descubre el velo y emerge el hecho de que la revolución, el Terror, jamás será permitido. Los mínimos éticos han sido rebajados a la altura del suelo, porque renunciando a la felicidad se persigue una banal satisfacción y una devaluación grotesca de revolución parcial y siempre lúdica: la fiesta o la mani-fiesta-acción, la apariencia. Esta protesta es, casi siempre, multitudinaria y divertida. Triunfa. No obstante, como dijo Breton hace ya mucho tiempo, cuando otra revuelta del espíritu era fagocitada (Dada): “Hace tiempo que el riesgo ya no está allí”. Pero esto no parece importar, porque entonces las ideas se convierten en cultura, sin excitación, sin que tengan la virtud de ser un asalto a nuestras vidas. El movimiento se encuentra actualmente privado de vida porque participa directa y únicamente de la cultura y no de la revolución.
El fuego, igualmente, hace tiempo que tampoco está allí. Ni siquiera el juego, motivado por el placer del disfrute, el movimiento anárquico, incluso el anonimato… hace tiempo que ya no está allí. Mayo del 68, totalmente dirigido, programado y conmemorizado, en busca de un cierto consenso, por los directores, programadores y conmemoradizadores (¡que cada cual escriba sus nombres!), todos cómplices y actores de la buena conciencia en este año 2008 de la rata, despojan lo último que le quedaba a la revuelta.
Con la conmemoración de Mayo del 68 no se persigue, como algunos han señalado, abrir un debate, sino cerrarlo. En último termino, se pretende reconciliarse con la Historia. Para ello, medios de comunicación de todo tipo, políticos, intelectuales, filósofos, casi todos ellos espectadores ocasionales de los disturbios, tipos de segunda o tercera categoría en la revuelta sin nada que decir hoy, fósiles como Glucksman, gentes que no dudaron en comer de cualquier plato y que a buen seguro serían repudiados por más de un enragé, han acudido allí donde se les ha llamado. Esto es hoy Mayo del 68. Tal grado de equlibrismo resulta inaudito. Guardan disciplinados la instantánea y no hay quien se atreva de decir que no estuvo allí, en Mayo. Jamás un acontecimiento le sirvió a tantos personajes de rédito vitalicio ad infinitum.
Nadie, a derecha e izquierda, ha perdido la ocasión para opinar, comentar y, por supuesto, en muchos casos, decirse heredero del sesentayochismo. Cabe preguntarnos desde que instancias se ha impulsado esta masiva conmemoración. Podemos, efectivamente, pensar que los actos programados para este mes han sido promovidos por los mismos militantes, pero nosotros no somos tan estúpidos. Por supuesto, existen casos honestos (pocos, muy pocos), pero o bien son aislados, o son el resultado de una incorporación crítica y a posteriori a un evento que ya había sido programado.
La libertad de expresión no sólo implica el derecho a opinar y expresarse sin límite alguno sobre cualquier asunto, sino también el poder escoger el “asunto”. La conmemoración de Mayo del 68 vino ya servida desde el Poder. No hay capital que se precie (Madrid, París, Londres…) en cuyos museos, fundaciones o filmotecas no se alabe el sentido estético de aquella revuelta. El Poder nos ha dado el tema sobre el que hablar este mes, ha puesto suficiente pasta sobre la mesa y, en no pocos casos, ha actuado como buen topo “dejando hacer” a militantes para que estos elijan los autores, eventos y lugares comunes.
La conmemoración del mayo francés pretende eso mismo: convertirlo en Historia, mediante un falso consenso según el cual se respete siempre la versión oficial y se incida en aquellos aspectos más espectaculares.
El movimiento se encuentra actualmente privado de vida porque participa directamente de la cultura y no de la revolución. Viejas y nuevas generaciones llegan, por fin, a un acuerdo “histórico”.
Bajo el pretexto del recuerdo se ensalza una fecha, unos mitos y una iconografía de la que todos se dicen herederos. A la izquierda, pero también a la derecha, resulta sospechoso ese consenso plural y pacífico.
A todos estos radicales prêt a porter Mayo les sirve como una forma snob de tener buena conciencia y demuestra, en último término, la incapacidad absoluta por vivir el presente, es decir, por impugnar la miseria contemporánea, instalándose en la nostalgia y en lo peor de un pensamiento que no conduce a la acción .
Llegados a este punto, para nosotros Mayo de 1968 no tiene hoy otro valor cultural que el de la coca-cola, la tecnología o el último disco de moda. Es cadáver porque su conmemoración crea ideología (pensamiento socialmente condicionado y falsa conciencia).
Todo código y toda ideología existen para ser derribados. La mitificación de cualquier belle epoque genera un resultado aún más perverso, porque hace pervivir una ilusión a modo de historia masticada y luego devuelta a la cultura popular, un cuento de hadas y una miserable evocación del porvenir pasado.
Hoy, la única lección útil de Mayo de 1968 sería la de denunciar la increíble capacidad recuperadora de todos aquellos que renunciaron a la utopía y abrazaron un mundo que un día dijeron rechazar y del hecho de que el arte y la cultura, es decir, el Poder, se mantiene a costa de producir la falsedad del placer, el juego y la libertad. Desvelar los mecanismos modernos de la dominación.
Donde todo es fagocitado y la rebeldía es otro momento más del orden y la cultura, ¿Cuál es el papel del revolucionario? Si Mayo del 68 tuvo la sana costumbre de cuestionar e interrumpir a la autoridad allí donde está se expresase (en facultades o en la calle), una buena dosis de “pedagogía sesentayochista” sería interrumpir todos y cada uno de los actos que se han programado durante este mes.
No, no está allí, no busquéis rebelión en los actos de Mayo del 68.
Bajo los adoquines tan sólo hay estiércol.
Colectivo La Felguera, mayo 2008.
Para ver imágenes del panfleto y del cartel que acompañó la acción visita: http://www.nodo50.org/lafelguera http://www.nodo50.org/lafelguera
Colectivo La Felguera
Este es el tiempo en que los revolucionarios se encuentran en todos los lugares y, al mismo tiempo, en ninguno. La cultura de la contracultura, exaltada en conmemoraciones culturales como la de Mayo del 68, se expresa por medio de un estilo de vida alternativo que busca complacer un cierto deseo de vida satisfecha, aún cuando la violencia y la dominación ocupen ya todas y cada una de las parcelas en que la vida cotidiana se expresa.
Lo cool, el buenrollismo y lo post han logrado semejante alquimia: Debord es “guay” y los anarquistas, cómo no, “super radicales”. Se importan ideas con sabor a podrido (Reclaim the streets, antiglobalización…), porque siempre es mejor apuntarse a lo que ya no asusta ni a las viejas. Este es el triunfo de una sociedad que, para su supervivencia (es decir, su anhelo de caminar junto a la Historia), necesita de la disidencia y la rebeldía, a los artistas modernos. Sin ellos, bajo el ruido de sables, se descubre el velo y emerge el hecho de que la revolución, el Terror, jamás será permitido. Los mínimos éticos han sido rebajados a la altura del suelo, porque renunciando a la felicidad se persigue una banal satisfacción y una devaluación grotesca de revolución parcial y siempre lúdica: la fiesta o la mani-fiesta-acción, la apariencia. Esta protesta es, casi siempre, multitudinaria y divertida. Triunfa. No obstante, como dijo Breton hace ya mucho tiempo, cuando otra revuelta del espíritu era fagocitada (Dada): “Hace tiempo que el riesgo ya no está allí”. Pero esto no parece importar, porque entonces las ideas se convierten en cultura, sin excitación, sin que tengan la virtud de ser un asalto a nuestras vidas. El movimiento se encuentra actualmente privado de vida porque participa directa y únicamente de la cultura y no de la revolución.
El fuego, igualmente, hace tiempo que tampoco está allí. Ni siquiera el juego, motivado por el placer del disfrute, el movimiento anárquico, incluso el anonimato… hace tiempo que ya no está allí. Mayo del 68, totalmente dirigido, programado y conmemorizado, en busca de un cierto consenso, por los directores, programadores y conmemoradizadores (¡que cada cual escriba sus nombres!), todos cómplices y actores de la buena conciencia en este año 2008 de la rata, despojan lo último que le quedaba a la revuelta.
Con la conmemoración de Mayo del 68 no se persigue, como algunos han señalado, abrir un debate, sino cerrarlo. En último termino, se pretende reconciliarse con la Historia. Para ello, medios de comunicación de todo tipo, políticos, intelectuales, filósofos, casi todos ellos espectadores ocasionales de los disturbios, tipos de segunda o tercera categoría en la revuelta sin nada que decir hoy, fósiles como Glucksman, gentes que no dudaron en comer de cualquier plato y que a buen seguro serían repudiados por más de un enragé, han acudido allí donde se les ha llamado. Esto es hoy Mayo del 68. Tal grado de equlibrismo resulta inaudito. Guardan disciplinados la instantánea y no hay quien se atreva de decir que no estuvo allí, en Mayo. Jamás un acontecimiento le sirvió a tantos personajes de rédito vitalicio ad infinitum.
Nadie, a derecha e izquierda, ha perdido la ocasión para opinar, comentar y, por supuesto, en muchos casos, decirse heredero del sesentayochismo. Cabe preguntarnos desde que instancias se ha impulsado esta masiva conmemoración. Podemos, efectivamente, pensar que los actos programados para este mes han sido promovidos por los mismos militantes, pero nosotros no somos tan estúpidos. Por supuesto, existen casos honestos (pocos, muy pocos), pero o bien son aislados, o son el resultado de una incorporación crítica y a posteriori a un evento que ya había sido programado.
La libertad de expresión no sólo implica el derecho a opinar y expresarse sin límite alguno sobre cualquier asunto, sino también el poder escoger el “asunto”. La conmemoración de Mayo del 68 vino ya servida desde el Poder. No hay capital que se precie (Madrid, París, Londres…) en cuyos museos, fundaciones o filmotecas no se alabe el sentido estético de aquella revuelta. El Poder nos ha dado el tema sobre el que hablar este mes, ha puesto suficiente pasta sobre la mesa y, en no pocos casos, ha actuado como buen topo “dejando hacer” a militantes para que estos elijan los autores, eventos y lugares comunes.
La conmemoración del mayo francés pretende eso mismo: convertirlo en Historia, mediante un falso consenso según el cual se respete siempre la versión oficial y se incida en aquellos aspectos más espectaculares.
El movimiento se encuentra actualmente privado de vida porque participa directamente de la cultura y no de la revolución. Viejas y nuevas generaciones llegan, por fin, a un acuerdo “histórico”.
Bajo el pretexto del recuerdo se ensalza una fecha, unos mitos y una iconografía de la que todos se dicen herederos. A la izquierda, pero también a la derecha, resulta sospechoso ese consenso plural y pacífico.
A todos estos radicales prêt a porter Mayo les sirve como una forma snob de tener buena conciencia y demuestra, en último término, la incapacidad absoluta por vivir el presente, es decir, por impugnar la miseria contemporánea, instalándose en la nostalgia y en lo peor de un pensamiento que no conduce a la acción .
Llegados a este punto, para nosotros Mayo de 1968 no tiene hoy otro valor cultural que el de la coca-cola, la tecnología o el último disco de moda. Es cadáver porque su conmemoración crea ideología (pensamiento socialmente condicionado y falsa conciencia).
Todo código y toda ideología existen para ser derribados. La mitificación de cualquier belle epoque genera un resultado aún más perverso, porque hace pervivir una ilusión a modo de historia masticada y luego devuelta a la cultura popular, un cuento de hadas y una miserable evocación del porvenir pasado.
Hoy, la única lección útil de Mayo de 1968 sería la de denunciar la increíble capacidad recuperadora de todos aquellos que renunciaron a la utopía y abrazaron un mundo que un día dijeron rechazar y del hecho de que el arte y la cultura, es decir, el Poder, se mantiene a costa de producir la falsedad del placer, el juego y la libertad. Desvelar los mecanismos modernos de la dominación.
Donde todo es fagocitado y la rebeldía es otro momento más del orden y la cultura, ¿Cuál es el papel del revolucionario? Si Mayo del 68 tuvo la sana costumbre de cuestionar e interrumpir a la autoridad allí donde está se expresase (en facultades o en la calle), una buena dosis de “pedagogía sesentayochista” sería interrumpir todos y cada uno de los actos que se han programado durante este mes.
No, no está allí, no busquéis rebelión en los actos de Mayo del 68.
Bajo los adoquines tan sólo hay estiércol.
Colectivo La Felguera, mayo 2008.
Para ver imágenes del panfleto y del cartel que acompañó la acción visita: http://www.nodo50.org/lafelguera http://www.nodo50.org/lafelguera
martes, 27 de mayo de 2008
viernes, 23 de mayo de 2008
Mayo del 68 por Alain Bihr
Mayo 68: El mundo de la segunda mitad de los años 1960 x Alain Bihr
Los Estados centrales del mundo occidental no escaparon al cuestionamiento general de las relaciones de dominación que caracterizan los años 1960, y que explica una de las consignas de la época, la de la “contestación”
¿Cómo re-evaluar el sentido y el alcance de la crisis social y política que Francia conoció en mayo-junio de 1968 cuarenta años después de estos hechos? Si este alejamiento histórico relativo tiene evidentemente ventajas (liberándonos de los errores de juicio y de las ilusiones que tuvieron actores o testigos directos, entre quienes se encuentra el autor de estas líneas) ¿no presenta también trampas de las cuales la menor no es la de intentar reconstruir el hilo de esos hechos únicamente en función de lo que sabemos hoy fue el resultado?
El partido que yo he adoptado es asumir claramente la distancia histórica en relación al hecho, acentuándola, incluso, deliberadamente: justamente porque pienso que el hecho tuvo un alcance histórico y mundial, se me hace necesario remontarme aún más lejos en la historia e inversamente, descender el curso de ésta para reaprender todas las vertientes y rehacerlas. Asimismo, se me hará necesario redituar este hecho en el contexto internacional que fue el suyo y que en parte le dio igualmente su sentido. Es por allí que voy a comenzar.
El mundo de los años 1960 es aún el que nació el día siguiente de la segunda guerra mundial. Se caracteriza a la vez por la rivalidad entre lo que llamamos en la época, inadecuadamente, los “dos bloques”, el “capitalista” y el “socialista”, oscilando entre “guerra fría” y “distensión”, así como por la confrontación de lo que aún no era llmado el Norte y el Sur, sino los “países desarrollados” y los “países subdesarrolados” (eufemísticamente rebautizados luego como “países en vía de desarrollo”). Denominaciones totalmente impropias también las unas y las otros para mostrar las relaciones entre el centro y la periferia del sistema capitalista mundial. Lo que golpea retrospectivamente en el espectáculo que ofrece globalmente el mundo así dividido de los años 1960, es la crisis general tanto larvada como abierta, de las diferentes formas de dominación que allí se ejercen, por diversas que ellas sean.
Y para comenzar en las relaciones “Norte-Sur”. No es necesario volver largamente sobre la gran ola de descolonización que se desata entonces sobre África y una buena parte de Asia, poniendo fin a la existencia de imperios coloniales algunas veces pluriseculares. La mayoría de las antiguas colonia europeas (las del Reino Unido, Francia y los Países Bajos) acaban de acceder o acceder entonces a la independencia política, ya sea que esta fuese concedida bastante fácilmente por las antiguas potencias coloniales o que hayan sido duramente arrancadas por los pueblos colonizados al final de verdaderas guerras de liberación nacional. Solamente va aún a persistir durante varios años, lo que resta del imperio colonial portugués (hasta la “revolución de los claveles” en abril de 1974) y del imperio colonial español (hasta la muerte de Franco en noviembre de 1975). Francia sale derrotada de dos guerras coloniales sucesivas (la guerra en Indochina entre 1946 y 1954, y la guerra de Argelia entre 1954 y 1962), que además habían precipitado la independencia de sus colonias africanas, y promovido - volveré sobre esto - la politización del medio estudiantil en Francia a fines de los años 1950 e inicios de 1960.
En efecto, para la mayor parte de estas ex colonias europeas, esta independencia política a significar un sinónimo de ilusión, en la medida que, de hecho, ella significó el paso de una forma arcaica de imperialismo (el colonialismo) a un neo-imperialismo fundado sobre el desarrollo desigual y, por consecuencia, el intercambio desigual en el mercado mundial, precisamente por siglos de colonización, sinónimos de dependencia continua (tecnológica y financiera) y de especialización obligada a la producción de materias primas baratas. Es esto lo que estas jóvenes naciones del Tercer Mundo (el mundo nacido en la Conferencia de Bandoung que se realiza en 1955 por iniciativa de Sukarno, Nerhu y de Nasser), van rápidamente a aprehender a su costa.
Ello no impide que - principalmente cuando ha sido conquistada por la lucha y la movilización política o incluso por la lucha armada de las poblaciones colonizadas - esta independencia permita cuestionar los antiguos modos de dominación de la periferia por el centro.
Nada es más sintomático a este respecto que la derrota militar que conocen todas las potencias occidentales que persisten en la vía de la perpetuación de esos antiguos modos, ya que se traten de potencias secundarias, largamente en declinación (como Portugal en Angola y Mozambique) o potencias de primer plano, como los Estados Unidos en Vietnam. Desde este punto de vista también, el año 1968 será simbólico ya que comienza con la gran ofensiva que los maquis “vietcong” apoyados por el ejército nor-vietnamitas, pero también por la URSS, desatan a fines de enero en Vietnam del Sur contra el ejército de este último y sus aliados estadounidenses (ofensiva llamada del Tet, el nuevo año vietnamita). Si esta ofensiva en lo inmediato fue un fracaso en el terreno militar, ello será finalmente un éxito en el plano político, ya que contribuirá a convencer a una parte de la opinión pública y a los responsables de la política estadounidense que la participación militar de su estado en Indochina no podía ser más que una masacre sangrienta y costosa, lo que sugería, en consecuencia, la urgencia de salir ella. Más aún todavía, cuando el asunto había conducido a la politización del mundo estudiantil en los campus universitarios estadounidenses, radicalizando la contestación.
Que estas victorias, ya adquiridas o próximas de los movimientos anticolonialistas o antiimperialistas en el Tercer Mundo, se hayan debido en parte, al apoyo del “campo socialista” (la URSS y sus satélites de Europa del Este; de China, etc.), no debe ilusionar sobre la naturaleza y el estado del llamado “campo” al seno del cual las formas de dominación no estaban menos manifiestas entonces.
Y, para comenzar, la autoridad del jefe del “campo” era cada vez más cuestionada. Si la “desestalinización” emprendida por Khrouchtchev a partir de 1956, contempla la victoria de la disidencia yugoslava (1948) , los años 1960 se abren sobre “el gran sismo” entre Moscú y Pequin, que nada reducirá luego, al contrario los dos “hermanos enemigos” se enfrentarán durante algún tiempo /entre marzo y agosto de 1969) a lo largo del río Oussouri. Antes incluso de esta ruptura, la autoridad “soviética” había sido en varias oportunidades cuestionada en Europa del Este, a favor del levantamiento obrero en Berlín en junio 1953, de las manifestaciones y huelgas polacas en junio de 1956, y sobre todo, evidentemente, de la insurrección húngara de octubre y noviembre de 1956, ahogada en sangre por los tanques y las tropas del gran hermano “soviético”.
Este cuestionamiento de la autoridad de la URSS sobre sus satélites iba a encontrar una magnífica nueva ocasión de manifestarse durante el años 1968 con “la primavera de Praga”, la cual será finalizada por una intervención militar ampliada, esta vez por el conjunto de las tropas de los “Estados hermanos” (con la excepción de Rumania). Agregando a las revelaciones que se multiplicaban sobre la naturaleza y la amplitud de los crímenes de masas cometidos por esto regímenes, estas diferentes crisis terminan por desacreditar el autollamado “modelo soviético” (fundado de hecho sobre el aplastamiento de los soviets) al mismo tiempo que debilitan la influencia de la URSS sobre el movimiento obrero en el mundo y la de los partidos “comunistas” interpuestos. Sobre todo, la manera en que ellos son tratados los disidentes, y la imposibilidad de que ese “modelo” pueda reformarse, lo que prueba simultáneamente el fracaso relativo de las reformas llevadas adelante, entre 1956 y 1964, por Khrouchtchev y su equipo en la URSS: una perestroika (sin glasnot, sin embargo) intentada un cuarto de siglo antes de Gorbatchev quien hará popular el término. De este fracaso resultará directamente el estancamiento de la era Brejnev, en el curso de la cual la URSS perderá definitivamente el partido de brazo de hierro opuesto a Occidente, abriendo asó la vía a su hundimiento final.
¿Y en el Oeste, precisamente, qué hay de nuevo? En efecto, el tampoco escapa a este cuestionamiento general de los modos de dominación que caracterizan a los años 1960. En su caso, el blanco está constituido por los términos del compromiso fondista entre Capital y Trabajo sobre el cual habrían terminado por desembocar la crisis estructural del capitalismo mundial centrado sobre los años 1930, en una palabra, las luchas sociales y políticas: las luchas de clases, que lo habían acompañado en el seno de los diferentes Estados centrales, así como los enfrentamientos militares entre ellos conocidos bajo el nombre de Primera y Segunda Guerra Mundiales.
Ya tendré oportunidad de volver sobre ello más adelante en detalle, sobre los términos de este compromiso, variable en sus formas institucionales e ideológicas de un Estado a otro, pero implicando en todas partes la aceptación por los trabajadores asalariados de formas renovadas de la dominación y la explotación capitalistas (de la cual el trabajo en cadena en la industria automotriz es el ejemplo emblemático) como contrapartida de la garantía de una reducción de sus tiempos de trabajo, de un aumento de sus salarios reales (correspondiente a un aumento y a un enriquecimiento de sus normas de consumo), de la puesta en práctica de sistemas públicos o privados de protección social (contra la enfermedad, el desempleo, el cuidado de los niños, la vejez) implicando la socialización de una parte del salario, más ampliamente de la satisfacción de un cierto número de necesidades colectivas (vivienda, educación, salud, diversión), de una “democratización” del estado y de la sociedad civil, bajo la forma de reducción de las desigualdades y de una movilidad social mayor, etc.
Este compromiso va a servir de base y de marco a las tres décadas de acumulación intensa y continua del capital (los famosos “treinta gloriosos” caros a Jean Fourastié) que el conjunto de los Estados centrales a van a conocer luego de la Segunda Guerra Mundial y, sobre todo, en una renovación de las formas de hegemonía de la burguesía. Pero, precisamente, que comienza también a dar signos de agotamiento en el curso de los años 1960.
Los principales son del lado del capital, la baja tendencial de la tasa de ganancia, la retomada del movimiento de internacionalización de los capitales (desde el fin de los años 1950), la constitución del mercado de eurodólares, la crisis larvaria del sistema monetario internacional resultado de los acuerdos de Bretón Woods, del hecho de la debilidad creciente del dólar que era el pívot; y, del lado del trabajo, la ola de grandes huelgas obreras la mayoría de las cuales llamadas en la época “salvajes” (porque escapaban al control de las organizaciones sindicales), que se van a desencadenar en todo los Estados centrales. La huelga general de mayo-junio de 1969 en Francia no será más que un episodio cuya repercusión en el extranjero no dice, haciendo olvidar, todas las otras que, antes como después de esa fecha clave, sacudieron por ejemplo, a la industria automotriz, emblema de la industria de la época fondista, en los estados Unidos, en Gran Bretaña, en Italia, en Alemania, en Suecia, etc.
De este modo, los Estados centrales del mundo occidental no escaparon al cuestionamiento general de las relaciones de dominación que caracterizan los años 1960, y que explica una de las consignas de la época, la de la “contestación”. Evidentemente, esta crisis del fordismo toma formas y una intensidad específicas en el seno de cada uno de los estados. En Francia ella va a revestir el carácter de una verdadera crisis de hegemonía. Es al menos la tesis que yo quiero desarrollar en la continuación de este artículo.
Notas de Agenda Radical
*) El texto que reproducimos, es parte de un artículo más extenso publicado en el sitio de La Breche (Suiza), bajo el título "Mai-juin 1968 en France: l` épicentre d`une crise d´hégemonie" (Mayo-junio 1968 en Francia: el epicentro de una crisis de hegemonía), y que integra una serie de análisis de diferentes autores/as, que La Breche dedica Mayo 68.
**) Alain Bihr, profesor de sociología en la Universidad de Franche-Comté, Francia, autor de numerosas obras sobre el marxismo y la historia económica; recientemente a ha publicado: "La préhistoire du capital. Le devenir-monde du capitalisme" (La prehistoria del capital. El volverse-mundo del capitalismo), Cahiers libres, Editions Page deux, Lausanne, 2006; y "La novlangue néoliberale. La rhétorique du fétichisme capitaliste" (El nuevo lenguaje neoliberal. La retórica del fetichismo capitalista), Cahiers libres, Editios Page deux, Lausanne, 2007.
La Breche, www.alencontre.org. Traducción de Mariana Sánchez y Ernesto Herrera para Agenda Radical. Agendaradical@egrupos.net
Los Estados centrales del mundo occidental no escaparon al cuestionamiento general de las relaciones de dominación que caracterizan los años 1960, y que explica una de las consignas de la época, la de la “contestación”
¿Cómo re-evaluar el sentido y el alcance de la crisis social y política que Francia conoció en mayo-junio de 1968 cuarenta años después de estos hechos? Si este alejamiento histórico relativo tiene evidentemente ventajas (liberándonos de los errores de juicio y de las ilusiones que tuvieron actores o testigos directos, entre quienes se encuentra el autor de estas líneas) ¿no presenta también trampas de las cuales la menor no es la de intentar reconstruir el hilo de esos hechos únicamente en función de lo que sabemos hoy fue el resultado?
El partido que yo he adoptado es asumir claramente la distancia histórica en relación al hecho, acentuándola, incluso, deliberadamente: justamente porque pienso que el hecho tuvo un alcance histórico y mundial, se me hace necesario remontarme aún más lejos en la historia e inversamente, descender el curso de ésta para reaprender todas las vertientes y rehacerlas. Asimismo, se me hará necesario redituar este hecho en el contexto internacional que fue el suyo y que en parte le dio igualmente su sentido. Es por allí que voy a comenzar.
El mundo de los años 1960 es aún el que nació el día siguiente de la segunda guerra mundial. Se caracteriza a la vez por la rivalidad entre lo que llamamos en la época, inadecuadamente, los “dos bloques”, el “capitalista” y el “socialista”, oscilando entre “guerra fría” y “distensión”, así como por la confrontación de lo que aún no era llmado el Norte y el Sur, sino los “países desarrollados” y los “países subdesarrolados” (eufemísticamente rebautizados luego como “países en vía de desarrollo”). Denominaciones totalmente impropias también las unas y las otros para mostrar las relaciones entre el centro y la periferia del sistema capitalista mundial. Lo que golpea retrospectivamente en el espectáculo que ofrece globalmente el mundo así dividido de los años 1960, es la crisis general tanto larvada como abierta, de las diferentes formas de dominación que allí se ejercen, por diversas que ellas sean.
Y para comenzar en las relaciones “Norte-Sur”. No es necesario volver largamente sobre la gran ola de descolonización que se desata entonces sobre África y una buena parte de Asia, poniendo fin a la existencia de imperios coloniales algunas veces pluriseculares. La mayoría de las antiguas colonia europeas (las del Reino Unido, Francia y los Países Bajos) acaban de acceder o acceder entonces a la independencia política, ya sea que esta fuese concedida bastante fácilmente por las antiguas potencias coloniales o que hayan sido duramente arrancadas por los pueblos colonizados al final de verdaderas guerras de liberación nacional. Solamente va aún a persistir durante varios años, lo que resta del imperio colonial portugués (hasta la “revolución de los claveles” en abril de 1974) y del imperio colonial español (hasta la muerte de Franco en noviembre de 1975). Francia sale derrotada de dos guerras coloniales sucesivas (la guerra en Indochina entre 1946 y 1954, y la guerra de Argelia entre 1954 y 1962), que además habían precipitado la independencia de sus colonias africanas, y promovido - volveré sobre esto - la politización del medio estudiantil en Francia a fines de los años 1950 e inicios de 1960.
En efecto, para la mayor parte de estas ex colonias europeas, esta independencia política a significar un sinónimo de ilusión, en la medida que, de hecho, ella significó el paso de una forma arcaica de imperialismo (el colonialismo) a un neo-imperialismo fundado sobre el desarrollo desigual y, por consecuencia, el intercambio desigual en el mercado mundial, precisamente por siglos de colonización, sinónimos de dependencia continua (tecnológica y financiera) y de especialización obligada a la producción de materias primas baratas. Es esto lo que estas jóvenes naciones del Tercer Mundo (el mundo nacido en la Conferencia de Bandoung que se realiza en 1955 por iniciativa de Sukarno, Nerhu y de Nasser), van rápidamente a aprehender a su costa.
Ello no impide que - principalmente cuando ha sido conquistada por la lucha y la movilización política o incluso por la lucha armada de las poblaciones colonizadas - esta independencia permita cuestionar los antiguos modos de dominación de la periferia por el centro.
Nada es más sintomático a este respecto que la derrota militar que conocen todas las potencias occidentales que persisten en la vía de la perpetuación de esos antiguos modos, ya que se traten de potencias secundarias, largamente en declinación (como Portugal en Angola y Mozambique) o potencias de primer plano, como los Estados Unidos en Vietnam. Desde este punto de vista también, el año 1968 será simbólico ya que comienza con la gran ofensiva que los maquis “vietcong” apoyados por el ejército nor-vietnamitas, pero también por la URSS, desatan a fines de enero en Vietnam del Sur contra el ejército de este último y sus aliados estadounidenses (ofensiva llamada del Tet, el nuevo año vietnamita). Si esta ofensiva en lo inmediato fue un fracaso en el terreno militar, ello será finalmente un éxito en el plano político, ya que contribuirá a convencer a una parte de la opinión pública y a los responsables de la política estadounidense que la participación militar de su estado en Indochina no podía ser más que una masacre sangrienta y costosa, lo que sugería, en consecuencia, la urgencia de salir ella. Más aún todavía, cuando el asunto había conducido a la politización del mundo estudiantil en los campus universitarios estadounidenses, radicalizando la contestación.
Que estas victorias, ya adquiridas o próximas de los movimientos anticolonialistas o antiimperialistas en el Tercer Mundo, se hayan debido en parte, al apoyo del “campo socialista” (la URSS y sus satélites de Europa del Este; de China, etc.), no debe ilusionar sobre la naturaleza y el estado del llamado “campo” al seno del cual las formas de dominación no estaban menos manifiestas entonces.
Y, para comenzar, la autoridad del jefe del “campo” era cada vez más cuestionada. Si la “desestalinización” emprendida por Khrouchtchev a partir de 1956, contempla la victoria de la disidencia yugoslava (1948) , los años 1960 se abren sobre “el gran sismo” entre Moscú y Pequin, que nada reducirá luego, al contrario los dos “hermanos enemigos” se enfrentarán durante algún tiempo /entre marzo y agosto de 1969) a lo largo del río Oussouri. Antes incluso de esta ruptura, la autoridad “soviética” había sido en varias oportunidades cuestionada en Europa del Este, a favor del levantamiento obrero en Berlín en junio 1953, de las manifestaciones y huelgas polacas en junio de 1956, y sobre todo, evidentemente, de la insurrección húngara de octubre y noviembre de 1956, ahogada en sangre por los tanques y las tropas del gran hermano “soviético”.
Este cuestionamiento de la autoridad de la URSS sobre sus satélites iba a encontrar una magnífica nueva ocasión de manifestarse durante el años 1968 con “la primavera de Praga”, la cual será finalizada por una intervención militar ampliada, esta vez por el conjunto de las tropas de los “Estados hermanos” (con la excepción de Rumania). Agregando a las revelaciones que se multiplicaban sobre la naturaleza y la amplitud de los crímenes de masas cometidos por esto regímenes, estas diferentes crisis terminan por desacreditar el autollamado “modelo soviético” (fundado de hecho sobre el aplastamiento de los soviets) al mismo tiempo que debilitan la influencia de la URSS sobre el movimiento obrero en el mundo y la de los partidos “comunistas” interpuestos. Sobre todo, la manera en que ellos son tratados los disidentes, y la imposibilidad de que ese “modelo” pueda reformarse, lo que prueba simultáneamente el fracaso relativo de las reformas llevadas adelante, entre 1956 y 1964, por Khrouchtchev y su equipo en la URSS: una perestroika (sin glasnot, sin embargo) intentada un cuarto de siglo antes de Gorbatchev quien hará popular el término. De este fracaso resultará directamente el estancamiento de la era Brejnev, en el curso de la cual la URSS perderá definitivamente el partido de brazo de hierro opuesto a Occidente, abriendo asó la vía a su hundimiento final.
¿Y en el Oeste, precisamente, qué hay de nuevo? En efecto, el tampoco escapa a este cuestionamiento general de los modos de dominación que caracterizan a los años 1960. En su caso, el blanco está constituido por los términos del compromiso fondista entre Capital y Trabajo sobre el cual habrían terminado por desembocar la crisis estructural del capitalismo mundial centrado sobre los años 1930, en una palabra, las luchas sociales y políticas: las luchas de clases, que lo habían acompañado en el seno de los diferentes Estados centrales, así como los enfrentamientos militares entre ellos conocidos bajo el nombre de Primera y Segunda Guerra Mundiales.
Ya tendré oportunidad de volver sobre ello más adelante en detalle, sobre los términos de este compromiso, variable en sus formas institucionales e ideológicas de un Estado a otro, pero implicando en todas partes la aceptación por los trabajadores asalariados de formas renovadas de la dominación y la explotación capitalistas (de la cual el trabajo en cadena en la industria automotriz es el ejemplo emblemático) como contrapartida de la garantía de una reducción de sus tiempos de trabajo, de un aumento de sus salarios reales (correspondiente a un aumento y a un enriquecimiento de sus normas de consumo), de la puesta en práctica de sistemas públicos o privados de protección social (contra la enfermedad, el desempleo, el cuidado de los niños, la vejez) implicando la socialización de una parte del salario, más ampliamente de la satisfacción de un cierto número de necesidades colectivas (vivienda, educación, salud, diversión), de una “democratización” del estado y de la sociedad civil, bajo la forma de reducción de las desigualdades y de una movilidad social mayor, etc.
Este compromiso va a servir de base y de marco a las tres décadas de acumulación intensa y continua del capital (los famosos “treinta gloriosos” caros a Jean Fourastié) que el conjunto de los Estados centrales a van a conocer luego de la Segunda Guerra Mundial y, sobre todo, en una renovación de las formas de hegemonía de la burguesía. Pero, precisamente, que comienza también a dar signos de agotamiento en el curso de los años 1960.
Los principales son del lado del capital, la baja tendencial de la tasa de ganancia, la retomada del movimiento de internacionalización de los capitales (desde el fin de los años 1950), la constitución del mercado de eurodólares, la crisis larvaria del sistema monetario internacional resultado de los acuerdos de Bretón Woods, del hecho de la debilidad creciente del dólar que era el pívot; y, del lado del trabajo, la ola de grandes huelgas obreras la mayoría de las cuales llamadas en la época “salvajes” (porque escapaban al control de las organizaciones sindicales), que se van a desencadenar en todo los Estados centrales. La huelga general de mayo-junio de 1969 en Francia no será más que un episodio cuya repercusión en el extranjero no dice, haciendo olvidar, todas las otras que, antes como después de esa fecha clave, sacudieron por ejemplo, a la industria automotriz, emblema de la industria de la época fondista, en los estados Unidos, en Gran Bretaña, en Italia, en Alemania, en Suecia, etc.
De este modo, los Estados centrales del mundo occidental no escaparon al cuestionamiento general de las relaciones de dominación que caracterizan los años 1960, y que explica una de las consignas de la época, la de la “contestación”. Evidentemente, esta crisis del fordismo toma formas y una intensidad específicas en el seno de cada uno de los estados. En Francia ella va a revestir el carácter de una verdadera crisis de hegemonía. Es al menos la tesis que yo quiero desarrollar en la continuación de este artículo.
Notas de Agenda Radical
*) El texto que reproducimos, es parte de un artículo más extenso publicado en el sitio de La Breche (Suiza), bajo el título "Mai-juin 1968 en France: l` épicentre d`une crise d´hégemonie" (Mayo-junio 1968 en Francia: el epicentro de una crisis de hegemonía), y que integra una serie de análisis de diferentes autores/as, que La Breche dedica Mayo 68.
**) Alain Bihr, profesor de sociología en la Universidad de Franche-Comté, Francia, autor de numerosas obras sobre el marxismo y la historia económica; recientemente a ha publicado: "La préhistoire du capital. Le devenir-monde du capitalisme" (La prehistoria del capital. El volverse-mundo del capitalismo), Cahiers libres, Editions Page deux, Lausanne, 2006; y "La novlangue néoliberale. La rhétorique du fétichisme capitaliste" (El nuevo lenguaje neoliberal. La retórica del fetichismo capitalista), Cahiers libres, Editios Page deux, Lausanne, 2007.
La Breche, www.alencontre.org. Traducción de Mariana Sánchez y Ernesto Herrera para Agenda Radical. Agendaradical@egrupos.net
viernes, 16 de mayo de 2008
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